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sábado, 9 de octubre de 2021

Nuestra Esquiva Búsqueda de la Prosperidad

    

 Todos queremos tener una vida próspera; queremos ser felices. De hecho, la búsqueda de la prosperidad ha sido una larga aventura para los seres humanos. Pero, ¿qué significa ser próspero? ¿Tener pertenencias materiales como ropa, muebles y electrodomésticos? ¿Joyas, coches e inmuebles? Queremos una gran variedad de cosas. También anhelamos nuevas experiencias, desde hacer deporte hasta ir al cine o viajar a un lugar nuevo. Además, normalmente lo queremos todo; y cuanto más, mejor. Y a menudo, no todo es suficiente.
    
    Desafortunadamente, no podemos tener todo lo que queremos. Nuestros recursos son limitados y, por lo tanto, vivimos en un esfuerzo constante por encontrar mejores formas de usarlos para satisfacer nuestros deseos. Esta esquiva búsqueda de la prosperidad ha moldeado constantemente nuestro mundo; desde cómo pasamos nuestro tiempo y nuestro estilo de vida hasta la forma en que nos relacionamos, organizamos nuestras sociedades e interactuamos con el entorno natural que nos rodea. Tanto de manera colectiva como individual, buscamos constantemente mejores formas de utilizar los escasos recursos a nuestra disposición para satisfacer nuestras crecientes y aparentemente infinitas necesidades y deseos.
    
    En esta búsqueda, recorrimos la sabana, recolectamos comida y cazamos, comerciamos con otras tribus, domesticamos plantas y animales, creamos ciudades e imperios, luchamos entre nosotros y conquistamos territorios. Rezamos a los dioses y depositamos nuestra confianza en emperadores y reyes. Desarrollamos dinero y mercados, leyes y códigos de conducta. Modificamos el entorno natural que nos rodea y alteramos ecosistemas alrededor del mundo. Además, a medida que nuestras sociedades han evolucionado, hemos llegado a dominar diferentes fuentes de energía, a inventar nuevas herramientas y a desarrollar formas más eficientes de producir lo que queremos. Y a medida que nuestro mundo y nuestra vida han cambiado, también ha cambiado nuestra interpretación del valor, la riqueza y la prosperidad. Así, nuestro progreso ha modificado nuestra idea de prosperidad, solo para que esa idea, a su vez, modifique nuestro mundo.
    
    Pero, ¿cómo ha sucedido todo esto exactamente? ¿Cómo ha cambiado nuestra comprensión del valor, la riqueza y la prosperidad? ¿Y cómo ha moldeado esto nuestras sociedades y nuestro estilo de vida? Y, sobre todo, ¿cómo puede esta comprensión ayudarnos a explicar la forma en que nuestras sociedades complejas funcionan hoy, el cómo saber qué producir, de qué manera y para quién?
    
    En La Esquiva Búsqueda de la Prosperidad los invito a reflexionar sobre estas y otras cuestiones. Todo, recuperando siglos de pensamiento económico, las ideas más importantes de la economía, y el contexto sociopolítico en que estas ideas se desarrollaron. Así, viajaremos a diferentes lugares y períodos para encontrarnos con las mentes más destacadas de la historia del pensamiento económico y las ideas que nos dejaron. Desde las ideas de imperios y civilizaciones pasadas, el pensamiento económico de la época medieval, las lecciones de los economistas clásicos, el marxismo, la economía neoclásica y el keynesianismo, hasta la revolución neoliberal y las aportaciones más importantes de la época moderna.     
    
    Espero que a quien se anime a leer el libro este le permita comprender mejor el significado de la verdadera riqueza, la forma en que trabajamos colectivamente para conseguirla, y los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestra esquiva búsqueda de la prosperidad compartida y el bienestar individual.

    Feliz lectura!






domingo, 7 de febrero de 2021

Explorando sin viajar


A casi todos nos gusta viajar. Conocer lugares distintos, explorar, descubrir. Sentir la sensación de estar por primera vez donde no habías estado nunca. Caminar con los sentidos despiertos intentando captar imágenes, sonidos, olores que, aunque tal vez reconocibles, se reorganizan de forma diferente al visitar un lugar nuevo. Ver cosas distintas, grabar nuevos recuerdos.

Pero entre más lugares nuevos descubrimos también más añoramos nuestro hogar; otra cosa más que nos aporta el viajar. Incluso nos hace reflexionar sobre cuál es precisamente nuestro hogar. Muchos hemos emigrado a lo largo de nuestra vida, dejando familia y amigos atrás. Viajar también representa para nosotros visitar a la gente que queremos; visitar familiares y viejos amigos. Recordar buenos momentos y crear de nuevos. Volver a casa. 

Desde que la pandemia del coronavirus nos ha invadido, la mayoría de nosotros ha dejado de viajar. Y cuando hablo con la gente veo que, como yo, de lo que más extrañan es el poder viajar. Alrededor del mundo el turismo ha colapsado. Los viajes por trabajo y negocios también. La situación nos ha obligado asimismo a no poder visitar a nuestra familia y esos viejos amigos. El maldito virus nos impide visitarlos. Nos aferramos a recuerdos, llamadas, mensajes, esperando el día de poder volver a viajar. 

¿Cómo aguantar la espera? ¿Qué hacer mientras no podemos ni volver a casa ni descubrir lugares desconocidos? Tal vez haya una forma de combinar ambas en la situación forzada en que vivimos: estar en casa y, a la vez, descubrir lugares nuevos.  

¿Conocemos bien el lugar donde vivimos? ¿Hemos recorrido sus calles? ¿Hablado con su gente? ¿Paseado por los parques de nuestro alrededor? ¿Tomado el sol en la plaza del barrio? … Hace dos años me mude a L’Hospitalet, justo al sur de Barcelona. Hospitalet no es un destino turístico, ni mucho menos. La gente de Barcelona escasamente la conoce, si no es por obligación. ¡Pero es que muchos de los habitantes de Hospitalet tampoco! No conocen sus plazas, sus parques, sus calles, su historia. Y no es solo una realidad de Hospitalet; en todas las ciudades muchos de sus residentes viven sin realmente conocer bien donde viven. 

La imposibilidad de viajar lejos, derivada de la pandemia, me ha permitido estos meses “explorar” nuestra ciudad. Hospitalet no me ha defraudado; cada día he descubierto algo nuevo. Calles centenarias, plazas multiculturales llenas de vida, parques históricos, y multitud de rincones magníficos llenos de color e historia. Salir a comprar el pan o tomar un café se ha vuelto un “viaje” en sí mismo, una posibilidad de conocer algo nuevo. Así, he “viajado” a la vez que he hecho de nuestra ciudad cada vez más mi casa.

Y sé que no soy el único. La situación nos ha forzado a casi todos a caminar más, dar paseos por el barrio, compartir más momentos con el vecino, sentarnos a ver lo que sucede en nuestro entorno más cercano. Relajarnos y tomar las cosas con más calma. Tal vez sin saberlo al principio, es un ejercicio que necesitábamos, y que no debemos dejar de hacer. Cuando el marketing basura del mundo moderno nos incita a la búsqueda constante de experiencias aceleradas y excitantes, que nos generan ansiedad, tener momentos de calma donde el tiempo pasa despacio, donde lo interesante está en los detalles de lo cotidiano, puede ser un experiencia sanadora y reconfortante para nuestra mente y espíritu. Cuando la tecnología nos absorbe en un mundo virtual, pasando horas viendo videos estúpidos en Tiktok, o escuchando a youtubers vacíos de cualquier contenido, experimentar con atención relajada nuestro entorno real nos puede reconectar con nuestra verdadera naturaleza.

Dejemos el móvil, salgamos a pasear, abramos de verdad los ojos, con mente despierta y curiosa, y disfrutamos de un entorno cercano que seguro tiene mucho que ofrecer. 

domingo, 10 de enero de 2021

Malthus, Gaia y el Coronavirus

(English below)

En el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, Inglaterra se enfrentaba a los desafíos de una población en continuo crecimiento. ¿Podría Inglaterra alimentar a un número creciente de bocas? ¿Podría la producción mantener el ritmo del crecimiento demográfico? O, por el contrario, ¿sucumbiría Inglaterra al colapso, como otras sociedades del pasado ya lo habían hecho? En 1798, Thomas Robert Malthus, uno de los padres de la ciencia económica moderna, intentó responder a estas cuestiones.

Malthus comprendió que la tendencia exponencial del crecimiento poblacional hará que éste tienda a superar al crecimiento de la producción de alimentos, de naturaleza aritmética. Pero dada la necesidad de alimentos para la sobrevivencia, el crecimiento demográfico se ve por tanto siempre limitado al crecimiento de la producción de alimentos. De esta forma, en situaciones de crecimiento demográfico acelerado, tarde o temprano se han de activar frenos a ese crecimiento. Malthus entendió así que el hambre y las guerras por los recursos escasos eran dos de los principales “controles positivos” al crecimiento demográfico. Para el reverendo economista, un tercer control positivo natural eran también las enfermedades y epidemias, tan presentes y devastadoras a lo largo de la historia de la humanidad (y que tontamente en la actualidad creíamos superadas).

Pero el ser humano no necesita solo de alimentos para sobrevivir. Consumimos insaciablemente recursos naturales de todo tipo. Más aún, necesitamos de un ecosistema favorable, con su intrincada red de servicios naturales, desde el agua que bebemos y el balance atmosférico del que depende nuestra propia sobrevivencia, hasta el equilibrio biológico que permite nuestra propia vida. En un planeta finito como el nuestro, los recursos para nuestra sobrevivencia son por definición limitados, y los balances y equilibrios naturales de los que dependemos, frágiles.

En 1979, James Lovelock desarrolló la teoría Gaia; la idea de que podemos considerar a la Tierra como un organismo vivo en sí mismo. Una idea arraigada en las creencias de civilizaciones milenarias; Gaia era la diosa de la Tierra para los griegos, la Pachamama de los Incas. Una idea ahora con fundamentos científicos: la Tierra tiene un núcleo que rota a gran velocidad y que no solo mantiene geológicamente activo al planeta, sino que también le confiere su protección electromagnética necesaria para la vida. Más aún, el planeta se mantiene en “homeostasis” – la capacidad de todo ser vivo de mantener una condición estable y compensar los cambios en el entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior. La Tierra es por tanto un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos, y con la capacidad de adaptarse y sobrevivir. Un sistema en el que un desequilibrio, como el crecimiento descontrolado y amenazante de alguna especie, se ve respondido por fuerzas balanceadoras.

La población mundial se aproxima rápidamente a los 8 mil millones de habitantes. La velocidad de nuestro crecimiento poblacional es tal que la sola “inercia demográfica” nos puede llevar a ser más de 9 mil millones a mitad de siglo, y más de 11 mil millones antes del año 2100. A su vez, nuestro impacto ecológico alcanza hoy una escala global, con efectos ya irremediables, y con un potencial devastador para la vida misma en el planeta.

En la naturaleza, cuando una especie se multiplica, también lo hace su depredador. Y así, los ecosistemas, de forma maravillosa, mantienen su equilibrio y diversidad. Unos equilibrios y diversidad que nuestra multiplicación amenaza seriamente. Pero, ¿quién controla nuestra expansión? ¿Y si lo que vivimos hoy en día es solo una respuesta natural de un planeta que intenta autorregular sus ciclos biológicos? Los virus no viajan solo, como sabemos; se expanden de forma global y acelerada a causa de nuestra sobrepoblación. ¿Y si el coronavirus no es más que uno de esos controles positivos, ahora a escala global, de los que Malthus tanto nos advirtió? Si Malthus nos visitará desde el más allá, seguramente nos diría: “os lo dije”! Pero también nos recordaría que hay otra opción: frente a los controles positivos del hambre, las guerras y las enfermedades, el ser humano puede implementar “controles preventivos”; está en nuestras manos controlar nuestro crecimiento y reducir el impacto ecológico tan devastador que actualmente causamos. 

La vacuna contra el coronavirus podrá ayudarnos a corto plazo, y así evitar tanto sufrimiento. Pero no nos engañemos; a largo plazo no tenemos otra opción que recobrar nuestro equilibrio con la naturaleza y el sistema vivo e integrado de la Tierra, del que somos solo una parte. Si algo deberíamos aprender de esta pandemia es el dejar de creer en un poder infinito que no tenemos. Entender la urgente necesidad de frenar nuestro crecimiento insostenible, cambiar nuestras dinámicas, respetar más la naturaleza y la vida en cualquiera de sus formas. Comprender que el destino de la Tierra y la vida es también el nuestro propio.

 
Malthus, Gaia and the Coronavirus

In the 18th century, at the dawn of the Industrial Revolution, England faced the challenges of a continuously growing population. Could England feed an increasing number of mouths? Could production keep pace with population growth? Or on the contrary, would England succumb to collapse, as other societies of the past had done? In 1798, Thomas Robert Malthus, one of the fathers of modern economics, attempted to answer these questions.

Malthus understood that the exponential trend of population growth will tend to outpace the growth in food production, arithmetic in nature. But given the need for food to survive, populations can only grow limited to the availability of food production. Thus, in situations of accelerated demographic growth, sooner or later, checks will be activated to stop population growth. As Malthus understood, hunger and wars over scarce resources were two of the main "positive checks" on population growth. For the reverend economist, a third natural positive check was disease and epidemics, so present and devastating throughout the history of mankind (and that we foolishly believed to be something of the past).

But human beings not only need food to survive; we insatiably consume natural resources of all kinds. Furthermore, we need a favourable ecosystem, with its intricate network of natural services, from the water we drink and the atmospheric balance on which our own survival depends, to the biological balance that allows us to be alive. On a finite planet like ours, the resources needed for our survival are, by definition, limited. Likewise, those natural balances that sustain our existence are extremely fragile.

In 1979, James Lovelock developed the Gaia theory; the idea that we can consider the Earth as a living organism in itself. An idea rooted in the beliefs of ancient civilizations; Gaia was the Greek for planet, the Pachamama of the Incas. An idea now rooted in scientific foundations: The Earth has a core that rotates at high speed and that not only keeps the planet geologically active, but also gives it the electromagnetic protection necessary for life. Furthermore, the planet remains in "homeostasis" - the ability of all living things to maintain a stable condition, compensating for changes in the environment through the regulated exchange of matter and energy with the outside. The Earth is therefore a unique and self-regulating system, made up of physical, chemical, biological and human components, and with the ability to adapt and survive. A system in which any imbalance, such as the uncontrolled and threatening growth of a species, is responded by counterbalancing forces.

The world's population is fast approaching 8 billion. The speed of our population growth is such that only by “demographic inertia” there will be more than 9 billions of us by mid-century, and more than 11 billion before the year 2100. In turn, our ecological impact reaches today a global scale, producing irreversible effects with the potential of devastating life itself on the planet.

In nature, when a species multiplies, so does its predator. And so, ecosystems, in a wonderful way, maintain their balance and diversity. Our multiplication is seriously threatening that balance. But, who controls our human expansion? Is the current coronavirus situation just a natural response of a planet trying to regulate its biological cycles? As we know, viruses do not travel by themselves; they expand due to our overpopulation. Could the coronavirus be just one of those positive checks, now on a global scale, of which Malthus warned us so much? If Malthus was to visit us from his grave, he would surely say: "I told you so"! But it would also remind us that there is another option: in the face of the positive checks of hunger, wars and disease, human beings can implement “preventive checks”; it is in our hands to control our population growth and reduce the devastating ecological impact that we are causing.

The vaccine to the coronavirus can help us in the short term, and avoid so much current suffering. But make no mistake; in the long term, our only option is to recover our balance with nature as part of Earth´s living and integrated system. If there is a lesson to learn from this pandemic it is the urgent need to stop believing in an infinite power that we do not have. We need to understand how essential it is to stop our unsustainable dynamics and start respecting nature and life, in any of its forms. We need to understand that the destiny of life on Earth is also our own.

jueves, 31 de diciembre de 2020

El gran dilema de la vida (The great dilemma of life)

El gran dilema de la vida
(English below)

Como animales que somos nos mueven dos grandes necesidades biológicas, la sobrevivencia propia y la de nuestra especie. Pero como seres humanos gozamos de un regalo extraordinario, el de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra propia existencia en la inmensidad y eternidad del cosmos. Esa consciencia tiene, sin embargo, un gran costo: saber de lo efímera que es nuestra vida, de que hagamos lo que hagamos algún día ya no estaremos. Sabemos que como individuos nuestra vida tiene un fin.

La idea de algún día no estar, no ser más, nos puede generar mucho sufrimiento y afanarnos en dejar una huella, o seguir presentes de algún modo. Nos hace igualmente cuestionarnos sobre el sentido mismo de nuestra existencia. De esta forma, el ser humano ha desarrollado diferentes formas de lidiar, de forma paralela, con el legado que cada uno dejará detrás y con la idea de la vida después de la muerte. Así es que desde tiempos inmemorables pensamos tanto en cómo nos recordarán, como en la vida en “el más allá”. En algunos casos nos obsesionamos de forma tan enfermiza que ello condiciona nuestra propia vida terrenal. Los egipcios, por ejemplo, vivían obsesionados con su recuerdo y con la idea de la muerte, hasta el punto de destinar todas sus fuerzas a asegurarse un lugar en la historia como una vida en ese más allá. De forma similar, las grandes religiones de la historia nos ofrecen creencias para soportar la idea de nuestra partida. Ideas a las que nos aferramos con fuerza en esta vida. Como la religión, la filosofía, desde la antigüedad, también nos ayuda a pensar sobre la razón de nuestra existencia y el sentido de nuestra vida, y así guiarnos en nuestro camino terrenal.

Existe también otra perspectiva. Una igualmente espiritual y filosófica pero tal vez no tan religiosa. Más basada en nuestro conocimiento moderno que en credos antiguos, aunque no necesariamente peleada con creencias religiosas. Y es que hoy, gracias a nuestra propia curiosidad e ingenio, nuestro conocimiento es mayor que nunca. Hemos llegado a entender la evolución de la vida, detallando hasta nuestro propio ADN y comprendiendo así lo maravilloso que es nuestro cuerpo, así como lo es el de las demás especies vivas. De forma similar, hemos descubierto los espectáculos del cosmos, entendiendo las leyes que lo rigen y, así, su paralela simplicidad y grandiosidad. Esto nos ha llevado también a percibir lo espectacular que es nuestro planeta; el fenómeno más increíble, sin igual en todo el universo conocido. Un milagro cuyo hermoso equilibrio nos permite disfrutar de estar vivos. Con ello, entendemos que precisamente lo efímera y espectacular que es nuestra vida es lo que la hace tan especial. 

Desgraciadamente, muchos hoy prefieren ignorar el conocimiento que la curiosidad y el ingenio humano nos han dado. Es entendible; el conocimiento viene con angustia. La verdad no sabe de sentimientos. Y ese es precisamente uno de los grandes dilemas del ser humano. Y así muchos han defendido que la ignorancia es felicidad. Pero una felicidad superficial. Solo nuestra propia consciencia (es decir pensando y actuando con conocimiento de lo que se hace y se vive) es lo que puede llenar de sentido nuestra vida y darnos paz y verdadera felicidad. Eso es, ser conscientes de lo maravilloso que es ser parte del milagro de la vida, ni que sea por el breve momento que dura. 

Pero no podemos olvidar que no estamos solo en este planeta. Lo compartimos con otros como nosotros, así como con una gran diversidad de especies que también gozan del milagro de la vida. El gran dilema de la vida no es solo del ser humano. Es también el dilema de la vida; el dilema de su evolución a lo largo de innumerables especies. En su búsqueda de formas cada vez más complejas y especializadas, la evolución de la vida ha generado una criatura, nosotros, que al ser consiente de su propia evolución es capaz de autodestruirse, arrastrar consigo a otras especies y amenazar la vida misma en nuestro planeta. Tal vez el sentido de nuestra vida sea no solo ser conscientes de nuestra efímera existencia, y así aprovecharla al máximo, sino también hacerlo siendo compasivos con los demás y ayudándolos a que ellos también puedan aprovechar su existencia. Aprovechando nuestro tiempo, así como intentando dejar un lugar mejor a quienes siguen detrás nuestro. Disfrutando de nuestra vida en una forma que permita que el milagro de la vida continúe su curso en este maravilloso y único lugar del universo que llamamos Tierra. 

Feliz 2021 para todos.

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The great dilemma of life

As animals, we are driven by two great biological needs, our own survival and that of our species. But as human beings, we enjoy an extraordinary gift, that of being self- aware, of our own existence in the vastness and eternity of the cosmos. That consciousness has, however, a great cost: knowing how ephemeral our life is; knowing that one day we will not be here, whatever we do. We know that as individuals our life will one day finish.

The idea of ​ not being here, not being anymore, can cause us a lot of suffering and a need to leave a mark, or remain present in some way. It also makes us wonder about the meaning of our own existence. In this way, human beings have developed different ways of dealing, in parallel, with the desire of leaving a legacy as well as with understanding what it means to die. Thus, since the beginning of humanity, we wonder about the way we will be remembered, as well as about "the afterlife." In some cases, we obsess in such a sick way that it conditions our own earthly life. The Egyptians, for example, lived fixated with their memory and with the idea of ​​death, to the point of devoting all their strength to ensure a place in history as well as an eternal life. Similarly, the great religions of history offer us beliefs to cope with the idea of ​​our departure. Ideas that we hold on to so tightly in this life. Like religion, philosophy, since ancient times, has also helped us to think about the reason for our existence and the meaning of our life, and thus guide us on our earthly path.

But there is also another perspective. An equally spiritual and philosophical but perhaps not so religious one. A perspective based more on our modern knowledge than on ancient creeds, though not necessarily at odds with religious beliefs. And it is that our knowledge today is greater than ever, thanks to our own curiosity and ingenuity. We have come to understand the evolution of life, detailing even our own DNA and thus understanding how wonderful our body is, as is that of other living species. In a similar way, we have discovered the spectacles of the cosmos, understanding the laws that govern it and thus its parallel simplicity and grandeur. This has also led us to perceive how spectacular our planet is; the most incredible phenomenon, unmatched in the entire known universe. A miracle whose beautiful balance allows us to enjoy being alive. With this, we understand how special our life is, being so ephemeral and spectacular.

Unfortunately, today many prefer to ignore the knowledge that curiosity and human ingenuity have given us. It's understandable; knowledge comes with suffering. The truth does not know about feelings. And that is one of the great dilemmas of the human being. Thus, many have argued that ignorance is happiness. But ignorance is a superficial happiness. Only our consciousness (that is, thinking and acting with the knowledge of what we do) is what can fill our lives with meaning, and give us peace and true happiness. That is, being conscious of how wonderful it is to be part of the miracle of life, even for the brief moment it lasts.

But we cannot forget that we are not alone on this planet. We share it with others like us, as well as with a great diversity of species that also enjoy the miracle of life. The great dilemma of life is not only of the human being; it is also the dilemma of Life itself. The dilemma of evolution over countless species. In its search for increasingly complex and especializad forms, the evolution of life has generated a creature, us, who, by being self-aware, is capable of self-destruction, dragging with it other species and threatening life itself on our planet. Perhaps the meaning of our life is not only to be aware of our ephemeral existence, and thus make the most of it, but also to do so by being compassionate with others and helping them enjoy their own existence. Enjoying our time, as well as trying to leave a better place for those who follow. Appreciating our existence in a way that allows the miracle of life to continue its course on this wonderful and unique place in the universe that we call Earth.

Happy 2021 to all.

lunes, 6 de abril de 2020

Ante el coronavirus, no más nacionalismos por favor!

Me hubiera gustado otro título para esta reflexión, pero a estas alturas realmente ya no sé cómo ser más claro. Y seré breve, pues como dicen, breve y bueno dos veces bueno.

Que vivimos en una época de resurgidos nacionalismos, si cabe más populistas que los de antaño, no es noticia. Y sabemos que estos nacional-populismos son extremadamente peligrosos. Lo que es nuevo es que el COVID-19 se haya convertido en el nuevo instrumento de esos nacionalismos.

Mientras millones trabajan unidos, juntos para luchar contra la epidemia del coronavirus, un desafío global como muchos otros, no faltan quienes aprovechan la ocasión para alimentar divisiones y conflictos. Por un lado, gobiernos nacionales como regionales que se atacan mientras sacan pecho de su buena labor frente a la crisis. Por otro, críticos que desde el sofá de casa creen que hubieran hecho todo mejor. A escala internacional, países que confiscan material que otros han comprado. El argumento de unos y de otros es el interés supremo de la nación, la suya claro. Da igual que el mundo colapse, ¡mi nación sobrevivirá! Nacionalistas, rancios y estancados en el pasado, atacándose y culpándose los unos a los otros, aprovechando la ocasión para hacer política, radicalizar aún más, e intentar pescar en rio revuelto. Y lo triste es la ignorancia de la gente que cae en su juego. Gente que “inocentemente” comparte,retuiteaesos mensajes que solo generan más división. La irresponsabilidad gratis y al alcance de todos de la era digital.

Pero claro, el sentimiento nacionalista malversado es tanto peligroso como poderoso; y los políticos bien lo saben. Da igual las políticas, si sabes apelar a los instintos nacionalistas de la gente ganarás muchos votos. Y los borregos votan y te siguen sin cuestionar lo que hagas. De hecho, si de algo te cuestionarán, es de no ser aún más “patriota”!

Y es que los nacionalismos malversados vienen de la mano de culpar al otro; argumento invencible a lo largo de la historia. Nuestra nación es superior, y nuestros males vienen siempre de afuera. Que mejor reflejo que este “virus chino”. “Putos chinos”.  Y cuando no eran los chinos eran los “comunistas”, o los “venezolanos castro-chavistas”, o los “mexicanos delincuentes”… da igual, dirige la culpa, y con ello el odio, hacia afuera, hacia una nación extranjera, y tu pueblo te amará por siempre.

¿Hasta cuando seguirá la gente cayendo en la falacia de estos nacionalismos? De verdad, ¡¿tan estúpidos somos?! ¿Tan incapaces de racionar sin dejarnos afectar por el amor ciego a una bandera? ¿No hemos aprendido nada?!

Un país no lo hace grande su bandera, ni repetir mil veces lo grande que es. Un país verdaderamente grande se trabaja a lo largo de los años, desde el esfuerzo y también la autocrítica constante. Un país no es mejor por culpar incesantemente a su vecino, sino aprendiendo a resolver problemas junto él, y no dejando a nadie atrás. Tampoco ninguna política es sólida solo porque apele a los sentimientos nacionalistas. Ningún político tiene razón solo por "su pasión por el país". El poder de la ración y la ciencia debe prevalecer sobre la irracionalidad de los sentimientos. Las buenas políticas se basan en argumentos racionales sólidos, no en colores nacionales. De igual forma, el mostrar gran amor por tu bandera no te hace mejor persona. Lo hace tú empatía y amor al prójimo, tenga un pasaporte como el tuyo u otro diferente.

A lo largo de la historia casi todos los países han sido víctimas de las desgracias de los nacionalismos malversados. Europa es buen ejemplo: derramó ríos de sangre a causa de ellos. Pero los nacionalismos pueden superarse. La Europa de post-guerra lo consiguió. Y al hacerlo cambio la historia del viejo continente, y con ella la del mundo. De atacarse mutuamente los europeos empezaron a trabajar juntos. 

En otras regiones del mundo encontramos también ejemplos en los que, ni que sea temporalmente, se han superado los nacionalismos, y con ello se ha labrado un futuro común mejor. Creo que es buena época de aprender de esos momentos y volver a trabajar unidos. Y los que no quieran hacerlo que den un paso al lado. No más nacionalismos anticuados y baratos por favor!